Las novedades interrogan frontalmente las tradiciones, es decir, nuestros modos de interpretación del pasado, sin poder tocar, por supuesto, el pasado mismo.
Por eso esta tarde tomo la posición de que la historia está con los muertos y la tradición está con nosotros. Las Casas, Guaman Pomay el padre Oliva descansan eternamente con sus secretos; somos nosotros los insomnes que seguimos dando vueltas a sus ideas.
Así es que quiero recalcar la actualidad del interés en las crónicas; son asunto nuestro porque nuestra es la tarea de dar forma a impulsos interpretativos que señalamos con los nombres de literatura e historia intelectual.
Tres son los nombres que quiero evocar esta tarde, pero no como individuos históricos sino colectivamente como fenómeno de su época.
Como personas históricas su peruanidad no se produce de modo igual. Uno nació, vivió y murió en el Perú (Guaman Poma).
Otro, italiano de nacimiento e ingresado al noviciado jesuita de su ciudad natal de Nápoles, pasó al Perú a los veinte y pico años en 1597 y hasta su muerte en 1642 residió en las misiones jesuíticas de Juli y en los colegios de Chuquisaca, Potosí, Arequipa y Callao (Giovanni Anello Oliva) (Porras Barrenechea [1962] 1986: 499).
El tercero (Fray Bartolomé de las Casas) jamás pisó el suelo peruano pero es sobre él o, mejor dicho, sobre sus ideas acerca del Perú que más se ha escrito.
Hay que llamar lo que comentamos no "Las Casas" sino el "lascasismo", y en la medida en que este fenómeno toque a los otros córpuses textuales&emdash;el lascasismo es a primera vista uno de los hilos que los une&emdash;hablemos en esta ocasión de lo reunido bajo aquellos nombres como un fenómeno abarcador, como materia para interpretar.
Debo decir que es gracias a la publicación de una serie de recientes aseveraciones insólitas que se ha tenido que volver a la tradición consagrada sobre las crónicas tardías del Perú (ver Laurencich Minelli, Miccinelli y Animato [1995] 1996; Laurencich 1998, y las respuestas de Estenssoro 1996, 1997; Bustamante García 1997; Albó 1998; Adorno 1998).
Primero, para tomar en cuenta lo que sabemos de determinados córpuses textuales y evaluar las fuentes de información y documentación a través de las cuales lo sabemos y, segundo, para editar y conocer mejor otros córpuses demasiado poco conocidos.
Y lo hemos hecho; resumamos aquí las conclusiones de nuestras indagaciones. Pero, primero, la pregunta: ¿por qué es tan vulnerable la tradición de interpretación de las crónicas que hasta ahora se han ido elaborando sobre el ritmo pausado del avance de las investigaciones (y no sobre las bases de la pura arbitrariedad)?
Creo que la respuesta se encuentra, no exclusivamente pero en gran medida, en el hecho de que hemos creído demasiado en la integridad de la persona que se presenta como el autor y en quien hemos invertido demasiada fe.
Ha sido un impulso muy ingenuo pero se debe, con cierta lógica, al hecho de que le demos al cronista cierta credibilidad en cuanto al valor referencial del mundo que representa en sus escritos.
Pero no es que hayamos tomado a los que ahora llamamos cronistas (los que lo eran y a los que hemos bautizado como tales) como personas fidedignas porque presumían representar con una fidelidad perfecta las experiencias que vivían.
Al contrario, los vemos también como polemistas, como combatientes en guerras políticas e ideológicas cuyas estratagemas hemos podido analizar y apreciar dentro del marco de metas mayores y sin la necesidad de compartir, por nuestra parte, los valores expuestos (como la supuesta legitimidad de la guerra contra los indios, por ejemplo).
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